Entre los giros, los lugares comunes conceptuales y la naturaleza crítica de la antropología

    Recepción: 22 de febrero 2017

    Aceptación: 23 de febrero 2017

    El trabajo de Gustavo Lins Ribeiro analiza con realismo y precisión conceptual el estado de la antropología como disciplina en la escena internacional y en la realidad de algunos países metropolitanos euroamericanos, como en otros de las periferias europeas y de América Latina, básicamente. Recordando la idea de Emmanuel Wallerstein sobre el giro global a la derecha, que hoy día justamente encuentra el eje Donald Trump-Vladimir Putin como una de sus expresiones tan desalentadoras como conspicuas, amén de la propia situación reciente (febrero de 2017) de la Asociación Brasileira de Antropología (ABA) bajo ataque de políticos conservadores y racistas, el trabajo es un llamado de atención para los antropólogos y las ciencias sociales en general, a retomar el papel esencialmente crítico, reflexivo y con impacto social y político que caracterizó nuestra disciplina años atrás, cuando encabezaba vanguardias filosóficas, conceptuales y políticas frente a ideologías de elites racistas y evolucionistas.

    Los problemas que se mencionan en el trabajo provienen de cambios en la propia disciplina frente a otros modos de análisis como los estudios culturales, postcoloniales, de género, y de ciencia y tecnología que parecen haberse apropiado de conceptos como el de cultura y una aplicación aparentemente sui generis de la metodología etnográfica, los cuales, en lo que hace al conocimiento público y a las modas intelectuales, parecerían estar en un momento de crecimiento frente al aparente decaimiento de la antropología como disciplina. En otro nivel, también observa movimientos que atraviesan estos procesos y que pueden identificarse con la expansión del capitalismo flexible globalizado y su lógica cultural postmoderna,1 junto con situaciones nacionales o regionales que modelan las academias de modo idiosincrático. La lógica general está descrita con detalle por el autor, la que se sintetiza en la increíble exigencia, propia del mercado, de las corporaciones y de una racionalidad utilitarista feroz, de publicaciones rápidas, incluidas en catálogos de indexación internacionales usualmente angloamericanos, y en la reducción de la calidad académica al número frío y descarnado –sin contenido ni alma— de la producción, sin importar lo dicho, el aporte al conocimiento particular y general de procesos sociales, políticas, o lo que sea que se estudie. Lo que el autor denomina “cultura de la auditoría y el productivismo” es uno de los males que afectan nuestro modo de ser y hacer antropológico, insertando, como sigue refiriendo, el ethos empresarial en nuestro corazón académico. Son procesos que es necesario identificar y denunciar para su erradicación y reemplazo por formas más humanitarias y comprometidas de trabajo intelectual.

    Por otro lado, dentro las situaciones nacionales, la de la antropología estadounidense, si bien ejerce un dominio simbólico muy importante en el resto del mundo, considero que las fuentes intelectuales y sociopolíticas de las ciencias sociales en general en América Latina tienen anclajes diferentes de los de su contraparte septentrional. Identifico una concepción crítica latinoamericana de las relaciones entre academia y sociedad que no existe en la genealogía estadounidense, donde la politización del conocimiento o de la vida universitaria es casi inexistente. Y sólo recientemente, ante las políticas reaccionarias del presidente Trump, las universidades y la misma American Anthropological Association claman por una intervención de la antropología en los debates de la política pública.2 La universidad pública latinoamericana en este sentido ha desempeñado un papel muy activo en la generación de intelectuales comprometidos con la sociedad, más allá de lo que las elites sociales y políticas hayan aceptado como plausible. Así, la unam de México, la Universidad Nacional de Colombia, la uba argentina, o la Universidad de San Marcos en Lima son ejemplos importantes, entre tantos otros de la región, donde la crítica cultural y política son parte ineludible del currículum, pero también del habitus universitario.3 A pesar de esto, las fuerzas globales del neoliberalismo atacan incesantemente las lógicas académicas y sus principios de promoción y de organización de las carreras de grado y de posgrado y de las agendas de investigación. Y allí se observa una grieta por la que se deslizan estas concepciones bien señaladas por Lins Ribeiro.

    Es necesario mencionar también que estos sistemas universitarios públicos no existen en Estados Unidos, por lo cual tienen grandes dificultades cognitivas en entender otras lógicas de organización universitaria y de compromiso político con la sociedad. Es extraño, en este sentido, que incluso antropólogos de renombre de aquel país tengan dificultades en entender cómo se organiza la universidad pública en América Latina, además de ignorar, salvo los contados especialistas en la región, el castellano y el portugués como lenguas académicas, y la producción desarrollada en estas lenguas.4 En muchos sentidos, el sistema académico estadounidense está naturalizado internacionalmente de modo tal que aparece como la única organización posible de conocimiento, y sus modos de producción académica arrastran los demás con una fuerza gravitatoria inmensa. Ello genera a la vez criterios de legitimidad del discurso académico donde otros modos de retórica, de organización de ideas, de generación teórico-conceptual son relegados o directamente no aceptados. Esta fuerza de gravedad5 se concreta, a su vez, en esa tensión clara y magníficamente retratada por el autor en relación con el pensamiento en las ciencias sociales hoy día. Así, en lo que podemos imaginar como un campo de fuerzas con dos polos, en uno de ellos están las “fuerzas otras” del hiperanimismo, donde se da una fetichización casi viralizada de conceptos que adquieren una ubicuidad desmedida, mientras que en el otro domina la invasión del capital en todos los espacios. Esta “mercantilización de todo”, como nos dice, se puede observar, desde nuestro punto de vista, en una colección de términos que más que conceptos claros y distintos, parecen funcionar ahora como marcas libidinales de las fuerzas del mundo académico penetrado por la celeridad de “lo nuevo”, que adquiere masa crítica como moda intelectual. De esta forma, consideramos que se hace casi un imperativo categórico de la moral y la ética académica trabajar sobre lo que integra los llamados “turnos” o “giros” como lo literario, lo posthumano, la postpolítica, la postverdad, el antropoceno, la teoría actor-red, la ontología, la materialidad, la secularización, el desencantamiento/reencantamiento, entre los tropos más difundidos.6 Lo mismo sucede con autores que proponen ideas asociadas a estos términos que más que como colegas de carne y hueso, se construyen en el imaginario académico como fetiches que transfieren la magia de su carisma. Esta colección de términos-personas-fetiches asienta su poder en las líneas de fuerza de la geopolítica académica y sus lenguajes hegemónicos de difusión, y no siempre añaden mejores perspectivas de análisis o temáticas que impliquen conocimiento crítico de las realidades sociales. Somos testigos entonces de lo que podríamos denominar lugares comunes conceptuales que es necesario detectar y analizar con espíritu crítico y conciencia geopolítica. Hay que evitar que todo este movimiento de imposición de agendas temáticas y conceptuales desjerarquice la complejidad de las relaciones sociales, de la política, la economía y la cultura, aplanando todo bajo rótulos que anulan la historia, la desigualdad y la opresión, sin mencionar el racismo que actualmente se impone en este giro global a la derecha, que nos retrotrae a discusiones originarias de la antropología, especialmente de la mano de Franz Boas y sus contribuciones contra la noción de raza y el racismo. Este parece un caso de manual de las relaciones culturales entre pureza y peligro clásicas de estas décadas del siglo XXI, donde los anómalos y contaminados son los musulmanes y los inmigrantes y hay un sentido común como sistema cultural, nutrido por la ideología del nacionalismo esencializante, que lo cobija en los terrenos seguros y cerrados de la identidad.7

    Frente al antiintelectualismo propio de la política contemporánea que menciona el autor, donde el populismo y la tecnología digital (la omnipresente “pantalla”) son dos expresiones que descolocan el valor de la investigación y el pensamiento crítico, resulta imperativo, como añade, superar esa “ilusión panóptica y omnisciente” de internet, que representa más bien el “capitalismo electrónico informal” que atraviesa pero también modela nuestras vidas contemporáneas. Así, podemos sugerir que, casi fiel al espíritu pionero del filósofo heterodoxo Jean Baudrillard y sus análisis sociológico-filosóficos en los comienzos de internet y de la creciente digitalización de la vida humana,8 Lins Ribeiro nos previene del estado actual de hiperespecialización académica propio de la postmodernidad, que reniega con modos directos o sutiles al uso de conceptos generales o, diríamos, a la noción de totalidad. Todo esto nos lleva al peligro de la mirada pequeña de la investigación trivial que sufre de despolitización intrínseca, o de mímesis descontextualizada de problemas que dialécticamente surgen (y son significativos) en otras latitudes, y que se aplican forzadamente a otras realidades sociales.

    Para recuperar la dimensión crítica de la antropología y su reinserción en la discusión de problemas públicos, de agendas que recuperen los grandes problemas que afectan a la sociedad contemporánea, se hace necesario, concluye el autor siguiendo a Claudio Lomnitz, colocar nuevamente a la etnografía “en el centro de nuestros esfuerzos por demostrar la relevancia social y política de nuestro quehacer”. Y dado que, añadimos, la antropología permite esta poderosa operación de hacer etnográfico lo filosófico,9 ella genera una perspectiva de análisis social, histórico y cultural cuya riqueza y alcance posibilita reinsertarnos en los debates públicos más amplios, si confiamos en la fuerza de nuestro quehacer. Además la óptica intercultural, que contribuye a cuestionar las seguridades ilusorias del sujeto autónomo occidental y de la racionalidad instrumental moderna 10 implica una herramienta epistemológica y política clave para los debates que nos esperan.

    En este contexto, por tanto, consideramos que las propuestas de Lins Ribeiro representan un impulso alentador para retomar el rumbo de la antropología en general, y de sus múltiples avatares nacionales-regionales. Esto nos llevará a pensar y llevar a cabo una conexión etnográfica más autónoma y responsable con los mundos sociales con los cuales emprendemos los fascinantes viajes de inter-conocimiento que sintetizan el espíritu y los objetivos de la empresa antropológica.

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