Cuestionamientos sobre movimientos sociales

Recepción: 27 de abril de 2018

Aceptación: 6 de enero de 2019

Movimientos sociales del México contemporáneo

Luis Rigoberto Gallardo (coord.), 2017 Universidad de Guadalajara, Guadalajara, 291 pp.

Este libro apunta que entre los graves problemas que padecemos se encuentran la destrucción del tejido social y la destrucción ambiental. Se enfoca en movimientos en contra de las dinámicas destructivas. Se indagan los esfuerzos colectivos, sus contextos, los conflictos, su organización y objetivos. Se llama la atención acerca de que hay una gran diversidad epistemológica para analizar los movimientos sociales: hay diversos actores, con diferentes objetivos, incitados por respuestas a injusticias y agravios, y en el fondo intentando transformar el sistema vigente, excluyente y despolitizador. Se ahonda en la organización en red. Se investigan construcciones de alternativas. Además de una introducción general que explica el sentido del libro y su organización, contiene siete capítulos.

Paulina Martínez escribe el primer capítulo en el que revisa los principales enfoques teóricos que se utilizan para estudiar los movimientos sociales. Describe las teorías hegemónicas, explora sus posibilidades y también sus límites. Recuerda el énfasis funcionalista de Smelser; la teoría psicologista de la frustración-agresión haciendo ver que los movimientos no se desatan necesariamente por las agresiones; explora con Tarrow la movilización de recursos; y con Touraine y Melucci se adentra en el accionalismo y el aspecto simbólico de los movimientos. También da cuenta con Wallerstein de los movimientos antisistémicos. Distingue los tipos de acción colectiva y la carga cultural de la misma. Realiza una crítica al eurocentrismo, y se inscribe en la necesidad de presentar desarrollos teóricos alternativos como los centrados en la búsqueda de autonomía. Llama la atención de la importancia de la configuración subjetiva, de la dimensión de historicidad, de situar las acciones en el tiempo y el espacio. Enfatiza las orientaciones sociopolíticas que muestran los movimientos. Después de hacer una amplia revisión culmina con una definición propia, según la cual un movimiento social es un espacio intersubjetivo, imbuido de historicidad en el que convergen sujetos orientados por objetivos comunes en el contexto de un antagonismo. Se construyen identidades, significados y acciones que se dirigen a disputar aspectos específicos del origen social e introducen la posibilidad de ordenamientos alternativos. Aunque advierte que hay que ser cautos y no ver los fenómenos como encerrados en una definición, pues cualquier definición no resiste las modificaciones que van consiguiendo, con el tiempo, los mismos movimientos. Extrañé en su amplia revisión que no enfatizara los aportes de Castells en cuanto a la sociedad de la información y la importancia de la red. Su definición abarca los principales movimientos del siglo XX, pero no profundiza en los cambios que han ido surgiendo en el siglo XXI. No obstante, Castells sí es citado en otros capítulos de la publicación.

El coordinador se encarga del segundo capítulo en el que investiga movimientos sociales mexicanos del quinquenio 2011-2016. Llama la atención sobre la denuncia y resistencia a la economía criminal y al Estado narco. Discute los conceptos que utiliza en su análisis. La economía mexicana está maltrecha y articulada al crimen; hay un capitalismo criminal que genera violencia. El Estado está imbricado con el narco. Examina los informes de organismos nacionales e internacionales de derechos humanos. Con este contexto como telón de fondo, indaga los movimientos más relevantes en el periodo elegido. Resalta la voz de estos movimientos porque resulta paradigmática al visualizar los agravios que la mayoría de la población padece. Profundiza en el movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad. Incursiona en el movimiento de autodefensas en Michoacán. Plantea un contrapunto a partir de la experiencia de la comunidad indígena de Cherán. Toca el movimiento de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación. También examina el movimiento de Ayotzinapa. Recurre a la conceptualización toureniana de identidad, oposición y cambio social. Aborda lo específico de cada uno de los movimientos estudiados. Hace ver que se trata de movimientos de ciudadanos que han sido víctimas de la violencia criminal y estatal. Los principales actores de estos movimientos, indígenas, estudiantes y trabajadores de la educación han tenido además la solidaridad de otros sectores sociales. El oponente es el mismo orden social capitalista con los rostros del Estado y del narco. Encuentra que se han creado nuevas formas de organización y que se echa mano de las nuevas técnicas de comunicación.

Teresa Isabel Marroquín incursiona en las incidencias de los nuevos movimientos sociales en el proceso de democratización en México. Se refiere a la tesis del cambio político. Privilegia la conceptualización de los nuevos movimientos sociales, entre los que sitúa al de los zapatistas chiapanecos, y al movimiento impulsado por Javier Sicilia. Inquiere sobre la democratización del sistema político mexicano. Detecta que los movimientos han incidido en la democratización, pues al cuestionar un régimen autoritario, propician una liberalización política que ha repercutido en las alternancias. Pero también plantea que los movimientos se replegaron y no jugaron un papel clave en dichas alternancias. Resalta que en la sociedad mexicana existe una percepción negativa respecto de la política prevaleciente. Considera que no hubo propiamente transición democrática. Aunque calibra las discusiones de quienes apuntan a que se trata de un proceso lento, mientras otros denuncian una regresión autoritaria. Tiene en mente las transiciones democráticas que tuvieron lugar en Portugal, Grecia y España en la década de los setenta, las sucedidas en Latinoamérica en los ochenta, y lo acontecido en Europa del Este. Constata que es difícil la categorización de un proceso democratizador en México. Se remite a los planteamientos de Castells en torno al movimiento de los indignados, y a los de Zibechi en cuanto a la autonomía de los movimientos y sus implicaciones en lo cultural. Plantea que lo importante de los movimientos es que surjan, que existan, y advierte del peligro de tratar de encasillarlos desde una perspectiva convencional del éxito o fracaso, pues su relevancia está en el levantamiento de demandas y en las alternativas que van abriendo. Tanto el movimiento zapatista como el de Paz con Justicia y Dignidad han cuestionado profundamente al Estado mexicano. También alude al movimiento de Ayotzinapa y enfatiza que hay que ver su desarrollo. Su persistencia lo ha llevado a ser un importante movimiento en pos de la verdad y la justicia.

Emmanuel Rojas se centra en la construcción conflictiva de un nosotros en los movimientos contemporáneas mexicanos apoyado en una revisión de los escritos académicos. Llama la atención acerca de la relación conflictiva dentro de los movimientos, y puntualiza que los movimientos son formas de acción colectiva con prácticas disruptivas. Enfatiza la transformación de la emoción en acción. Se centra en lo identitario de un nosotros en oposición a adversarios. Plantea que ese nosotros es una construcción que no está dada previamente. Señala la importancia de la irrupción del movimiento zapatista que puso en el escenario la importancia del movimiento indígena. Toca también los movimientos contra el incremento a la violencia, y entre ellos el de Ayotzinapa. El Yo soy 132 lo ubica como movimiento en contra de la imposición. Todos estos movimientos reclaman cambios profundos. Argumenta que el “nosotros” puede construirse ante nuevos referentes subjetivos que interpelan a los participantes, y resalta que esto implica otro oponente contra el que se lucha. Fuera del movimiento feminista no ve que se analicen las dificultades internas de los movimientos. Está convencido de que no se ha profundizado sobre los puntos de disputa dentro de los movimientos. Considera que falta una propuesta de investigación en torno a lo conflictivo en la constitución del nosotros-sujeto de los movimientos.

Guillermo Ortiz analiza el caso del movimiento Yo Soy 132 en Guadalajara en 2012. Se pregunta si puede ser conceptualizado como nuevo movimiento social. Enfatiza que apostó a la democracia. Pese a que transitó a una fase de una retracción organizativa por la represión, atisba capacidades de reactivación. Emprende una crónica a partir de hemerografía y se centra en reflexiones de cinco actores participantes. Llama la atención de que un sector juvenil de clase media con acceso a la educación superior se opuso a las élites políticas. Apunta que se trató de un movimiento de estudiantes que se fue ampliando en una abierta oposición al PRI y a Televisa en la coyuntura de la campaña presidencial de 2012. Fue un movimiento muy crítico que captó simpatías. Se pronunció en contra del control de medios masivos que distorsionaron el proceso democrático. Señalando un rumbo autoritario, se opuso a esto. Resaltó como un defecto que no se haya constituido en interlocutor del Estado. En contrapartida hay quienes ven en esto precisamente uno de sus aportes. Recuerda que en los movimientos las derrotas y los fracasos nunca son definitivos, pues tienen impacto en la memoria histórica de la sociedad. Este autor emprende una revisión conceptual. Presenta dos cuadros en los que sistematiza diversos elementos constitutivos de los movimientos sociales. Apunta a los aportes de los movimientos en la dinámica democrática.

Margarita Robertson estudia a los normalistas rurales como un sujeto político en resistencia y en renovación constante. La autora incursiona en conceptos teóricos que le ayudan a comprender al actor colectivo de las normales rurales en México. Reflexiona que se trata de un sujeto político que tiene demandas en torno a las escuelas normales, pero que no se queda ahí, sino que trasciende hacia la solidaridad con una gran gama de luchas sociales. Da cuenta de la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México que han mantenido su ideología y luchas que van adaptando a los cambios de cada época, que han ido desarrollando un pensamiento crítico y defendiendo sus conquistas como trabajadores y estudiantes y que amplían el campo de accionar hacia otro tipo de luchas sociales. Hace ver cómo se trata de un proyecto colectivo que ha sido construido por sujetos en intensa y permanente interacción. Sostiene que no es posible entenderlos fuera de la perspectiva de la lucha de clases. La autora emprende una laboriosa y cuidadosa reconstrucción de 80 años de esas luchas desde la educación socialista hasta la etapa neoliberal. Pese a conflictos internos y a una diversidad de corrientes se ha ido manteniendo un movimiento coherente en la defensa de las escuelas, internados, y sus maneras de enseñanza. La impronta que deja este movimiento en sus participantes es profunda y tenaz. Se han convertido en una trinchera de gran relevancia contra los despojos neoliberales.

Lucía Ibarra cierra el libro con una investigación sobre acciones colectivas en el distrito 10 de Jalisco. Se estudia un agrupamiento juvenil que ha impulsado las candidaturas independientes. Ha sido exitoso en la conformación de una novedosa red que ha estado impulsando acciones para abrir la inclusión y participación de jóvenes inconformes con la política tradicional. El texto describe las acciones colectivas emprendidas. Se propuso y consiguió una nueva representación política en un contexto de renovación de una democracia muy participativa. Se estudian las propuestas y se contextualizan sus acciones teniendo en cuenta las características específicas de esa demarcación electoral. Se visualizan las redes y se señalan los alcances en cuanto a transparencia y rendición de cuentas. Estos jóvenes demostraron que no se requiere pertenecer a un partido político para acceder a puestos públicos que pasan por procesos electorales.

Si se tiene en cuenta lo que señalaba hace años Touraine, habría que distinguir entre luchas sociales y movimientos sociales. Él se inclinaba por categorizar como movimiento social lo que implicaba un cambio estructural radical. Sin embargo, hay otros que utilizan la noción de movimiento social para cualquier manifestación masiva con repercusiones sociales. En este sentido las expresiones masivas fascistas corresponderían a un tipo específico de movimiento social.1 Por otra parte, se han dado experimentos en donde aprovechando el descontento social se han inducido y manipulado movimientos a favor de los intereses de la geopolítica estadounidense. Se nos ha advertido de que las élites han aprendido a gestionar los malestares que ellas mismas producen (Renduelas, 2015). Ante esto habría que tener en cuenta que hay manipulación, pero también hay que saber distinguir lo manipulado de lo espontáneo. Los poderes tratan de meter mano en los movimientos, pero también hay resquicios para escaparse de los poderes de todo tipo. ¿Cómo poder discernir lo que es un movimiento propio del inducido y hasta manipulado? Una pista sería detectar dinámicas de demoeleuthería.2 Si en realidad interviene la libertad en su creación y devenir. Si la gente libremente discierne, discute, se organiza, decide, ejecuta, revisa lo realizado, corrige errores; si hubo autonomía y no heteronomía de cualquier tipo, si no fueron otros los que mandaron. Habrá que visualizar la libertad, la imaginación, la creación, y la combinación innovadora de elementos. Otra pista para analizar los movimientos es su actuación. Hay un uso en los movimientos de elementos parecidos, pero que se recrean constantemente. Otro problema se encuentra en el hecho de que la libertad no es algo unívoco. La libertad no es una condena como lo sentenciaba Sartre, sino una lucha continua por preservar lo individual en lo colectivo, pues nadie puede ser libre aisladamente. Gramsci advertía que cada tendencia la llenaba de sus propios contenidos, y llegó a resaltar que se corría el riesgo de convertirla en un concepto deshonrado cuando se le identificaba con la libertad de mercado y de circulación de mercancías (Fernández Buey, 2001). No hay que olvidar que capitalismo se presume como defensor de la libertad, pero se trata de la libertad de los pocos para oprimir a los muchos que se creen libres. Y la dinámica última del capitalismo ha llevado a recrudecer nuevas formas de esclavitud. Encima todo esto sucede como expresión de la libertad. Pero es evidente que cuando se priva de sanidad universal, no es que se nos otorgue la libertad de buscar al proveedor privado que se quiera, ni cuando se ofrecen sólo puestos de trabajo precario y sobreexplotado, aun si estamos respondiendo a nuestra propia creatividad. El sistema hace pasar por libres elecciones lo que es la imposición de su terrible dominación. Se trata de un enorme engaño que en realidad está privando a la gente de poder elegir cambiar la situación (Žižek, 2017). En todo caso siempre se tendría que calibrar la lucha entre libertad y sujeción. La libertad lleva a la decisión, a la práctica que produce una situación, un evento, contextualizado, que no esté cerrado en sí, sino que forme parte de un proceso en el que se tenga el control.

No pocas publicaciones hacen recuento de las tendencias teóricas para acercarse a los movimientos sociales, y distinguen los énfasis de las que llaman escuelas donde distinguen la europea con Touraine y Melucci al frente, con su OIT (organización, identidad y disputa de la totalidad); y también se refieren a la estadounidense que recurre a la estructura de oportunidades, a la movilización de recursos, y a los marcos interpretativos de la acción colectiva. No se deja de ver las tendencias latinoamericanas con las novedades de fenómenos como el Foro Social Mundial y el zapatismo chiapaneco. También se llama la atención sobre la acción colectiva contenciosa y las resistencias cotidianas, ese conjunto de prácticas contingentes que retan al poder desde la resistencia. 3 En esta dinámica se encuentran quienes ven en los movimientos sociales actualizaciones alternativas de organización social, que enfatizan un malestar ante la situación, y donde se resalta que lo importante es la puesta en jaque del sistema. Se llama la atención también acerca de que no hay que caer en visiones que asignan triunfos y fracasos a determinados movimientos, sino calibrar el impacto y la huella que dejan en la sociedad y en futuras acciones. También se apunta el papel de los movimientos en la reconstrucción social, en la solidaridad y creatividad que son fundamentales en los movimientos, más que sus demandas concretas. Una precaución más es no perder de vista las contradicciones internas de los propios movimientos. No habría que olvidar que, más allá de la efusividad de una manifestación masiva, lo importante es lo que pasa en las casas de los participantes un día después, ya que el impacto de sus decisiones depende de su organización en la vida cotidiana (Žižek, 2016).

En los movimientos no estamos ante comportamientos mecánicos ni pendulares. No podemos encerrarlos en ciclos constantes. Hay pausas, existen expansiones y contracciones que no responden a elementos constantes y fijos. Más que aplicación de leyes, abundan las transgresiones a supuestas regularidades. La energía social a veces irrumpe, y en otras ocasiones parece errática. Otra advertencia que nos hace Zibechi es que los grandes cambios inician con pequeños movimientos invisibles para los medios y los analistas. Antes de que irrumpan acciones masivas hay una gran cantidad de procesos subterráneos. Suceden en la vida cotidiana de la gente. Pero llama la atención en torno a que los verdaderos movimientos son los que modifican el lugar de las personas en el mundo, cuando se rasgan los tejidos de la dominación. Sin embargo, también aconseja no ver esto como una relación directa de causa y efecto. Invita a tratar de detectar esas insurrecciones silenciosas, que son impulsadas por feminismos comunitarios. Reprocha a los científicos sociales que los nuevos caminos que están abriendo los pueblos los quieran describir y analizar con conceptos del pasado (Zibechi, 2017).

En este sentido John Holloway es enemigo de la conceptualización de movimiento social, y advierte que tiene funciones de domesticación de la rabia. 4

Como se propagan miedos para mantener el orden actual, una forma de salir de esto es rompiendo los miedos. La ruptura de miedos y un enojo creciente pueden desatar un movimiento. Aunque sólo el enojo no basta, y hasta puede ser perjudicial ni no hay los otros elementos en juego: desconectarse de la dominación y buscar creaciones nuevas. El enojo pueden utilizarlo los enemigos de los de abajo para encaminarlos hacia rutas que resultarán perjudiciales para ellos, por ejemplo, el engaño electoral. También el arranque de un movimiento suele ser masivo, pero esta euforia tiende a diluirse con rapidez. Lo que queda es el trabajo organizativo constante. Últimamente los movimientos han estado creando espacios en los que van ensayando culturas diferentes a las hegemónicas, y se experimentan relaciones sociales de nuevo tipo. Una característica de estos movimientos es la territorialización (comunidades que cultivan la tierra sin agrotóxicos, de forma colectiva, escuelas y clínicas de salud autogestionadas en esos territorios, medios de comunicación autogestivos, centros culturales, cooperativas de trabajo). Se trata de un mundo nuevo que ya está naciendo. Estos movimientos tienen importancia estratégica porque están formando gran cantidad de militantes (Zibechi, 2017). Sin duda, los logros sociales de gran alcance se producen en común. Pero los avances son reversibles. Cuando la lucha es por un objetivo concreto se aprecia un repunte en la participación. Los movimientos tienen que idear nuevas formas de participación y dejar fluir la creatividad (Martínez, 2017).

Los que querían apartarse del capitalismo desde arriba, no lograron salir de él y retornaron. Tomar el poder para cambiar la sociedad, se ha visto que no es el camino. La cuestión es cómo salir del capitalismo desde abajo, transformando la sociedad para terminar con el poder dominante. Hay que aprender a pensar con parsimonia para no dejarse devastar por la urgencia. Hay que ir calibrando los retos, los dilemas, los problemas, las contradicciones, pero también las posibilidades que se abren ante determinadas opciones. En todas estas reflexiones, la lectura de este libro puede propiciar que sigamos profundizando en los aportes de los movimientos sociales.

Bibliografía

Fernández Buey, Francisco (2001). Leyendo a Gramsci. Barcelona: Viejo topo.

Martínez, Javier. 11 de septiembre de 2017. “¿Cubren los movimientos sociales las necesidades de las personas?”, Rebelión. Recuperado de http://www.rebelion.org/noticia.php?id=231374, consultado el 21 de diciembre de 2018.

Navarro, Isidro y Sergio Tamayo (coords.) (2017). Movimientos sociales en México en el siglo XXI. México: Red Mexicana de estudios de los movimientos sociales.

Ramírez, Miguel Ángel (coord.) (2016). Movimientos sociales en México. Apuntes teóricos y estudios de caso. México: UAM.

Renduelas, César (2015). Capitalismo canalla. Barcelona: Seix Barral.

Reynoso, Carlos Alonso y Jorge Alonso (2015). En busca de la libertad de los de abajo, la demoeleuthería. Guadalajara: Universidad de Guadalajara.

Rosenberg, Arthur (2009). El fascismo como movimiento de masas. España: Omegalfa.

Zibechi, Raúl. 10 de noviembre de 2017.“Insurrecciones silenciosas”. La Jornada. Recuperado de http://www.jornada.unam.mx/2017/11/10/opinion/020a1pol, consultado el 21 de diciembre de 2018.

___________(2017). “La revolución latinoamericana del siglo XXI”, en V.V. A.A. Revolución. Escuela de un sueño eterno. Buenos Aires: Negra Mala Testa.

Žižek, Slavoj (2017)  “El Capital ficticio y el retorno de la dominación personal” (Antonio J. Antón [trad.]). Minerva – Revista del círculo de bellas artes, 29, IV Época. Recuperado de http://www.circulobellasartes.com/revistaminerva/articulo.php?id=721, cconsultado el 21 de diciembre de 2018.

___________ (2016). Problemas en el paraíso. Barcelona: Anagrama.

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