Dinámicas étnico-raciales en México: una aproximación a los discursos racistas en la elite yucateca

    Recepción: 27 de marzo de 2020

    Aceptación: 29 de abril de 2020

    Las elites de la ciudad blanca: discursos racistas sobre la otredad

    Eugenia Iturriaga, 2016 UNAM, Ciudad de México, 356 pp.

    México continúa teniendo una deuda histórica en el abordaje de los estudios sobre el racismo, sus diversas expresiones y manifestaciones en la sociedad, la cultura y la política. La independencia en México no solucionó los problemas del racismo en el país; por el contrario, sus formas se camuflaron en prácticas muchas veces imperceptibles en las relaciones sociales en el país, inclusive, desde el levantamiento zapatista en Chiapas (1994), se dio un giro definitivo desde la antropología mexicana en la cual se comienza a hablar de un “resurgimiento del racismo”, que en realidad empieza a interpelar, por un lado, las alianzas entre las elites políticas y académicas para mantener las prácticas racistas en la forma social de entender las relaciones humanas, y por otro lado las prácticas etnocidas que se estuvieron ejecutando.

    En un breve estado de la cuestión del racismo en México, Eugenia Iturriaga rescata el aporte de Jorge Gómez Izquierdo (2002), quien dedicó más de una década al estudio del racismo, visibilizó la discriminación de los chinos y mostró en sus posteriores aportes la forma invisible de practicar el racismo desde las elites. Otra área importante en el estudio del racismo en el país es liderada por Claudio Lomnitz (1995), quien comienza a relacionar las ideologías raciales con el nacionalismo mexicano. Además de ambos autores, es importante resaltar también la aportación de Olivia Gall (2004), quien como Gómez Izquierdo (2002) se dedica a contribuir al análisis del racismo de 1998 al 2014, y cuyos principales aportes son los estudios de las identidades y de la generación de la otredad con el racismo. Finalmente se resalta el trabajo de Alicia Castellanos (2001), quien, entre otras aportaciones, aborda dos propuestas: una primera sobre entender la relación del racismo con la formación nacional y regional, así como, por otro lado, plantear metodologías que contribuyan al estudio del racismo.

    La propuesta de Eugenia Iturriaga se enmarca en esta corriente de estudios sobre el racismo en México y genera una propuesta crítica que aborda una interlocución entre la elite blanca y la otredad en la ciudad y en el espacio público. Iturriaga inicia sus estudios antropológicos en torno al indigenismo en México, la construcción del Estado nacional y el papel de los antropólogos. Actualmente, como profesora investigadora de la Facultad de Ciencias Antropológicas de la Universidad Autónoma de Yucatán (uady), busca contribuir a las discusiones sobre el racismo y las elites.

    La autora obtuvo el premio Fray Bernardino de Sahagún del Instituto Nacional de Antropología Historia por su tesis doctoral en 2011. Con este trabajo la autora plantea una profunda interpelación a la antropología mexicana para retomar esa deuda histórica de la disciplina por ampliar el foco de las investigaciones sobre el racismo, entendiendo también las dinámicas y rituales que se generan desde las elites tradicionales.

    En su obra, Eugenia Iturriaga presenta un análisis profundo en el que devela dinámicas que las sociedades en los espacios públicos no se atreven ni a mencionar ni a visibilizar, dinámicas raciales que se encuentran imbricadas en la cotidianeidad y son fortalecidas desde las elites de las ciudades. A través de su análisis, presenta un trabajo profundo y complejo sobre las dinámicas raciales de la ciudad yucateca de Mérida, un espacio que para la antropología mexicana tiene una peculiaridad importante en cuanto a las relaciones étnico-raciales y los pueblos mayas.

    En un contexto de políticas multiculturalistas y movimientos sociales, es relevante desenfocar la mirada de la otredad. Muy común es que, cuando se habla de racismo, discriminaciones o alteridades, se centre el análisis sobre los grupos racializados, excluidos; sin embargo, en la llamada “ciudad blanca”, ¿cómo se entiende y vive el racismo desde las elites? ¿Son conscientes de las dinámicas raciales que se generan desde las elites? ¿Cómo leen su ciudad blanca? Son preguntas que nacen a partir de la lectura de Iturriaga.

    Las elites de la ciudad blanca representa la indagación de la autora sobre los espacios que generan, fortalecen y difunden los discursos racistas desde la cotidianeidad, y trata de profundizar en el racismo y la forma en que éste va estructurando las élites tradicionales meridianas. La obra consta de siete capítulos y un importante prólogo escrito por Alicia Castellanos, quien destaca la relevancia y la gran aportación de esta obra para un ámbito muy poco observado desde la antropología mexicana: las elites. Castellanos afirma que es una importante contribución al análisis el contrarrestar a la constante negación del racismo y el clasismo, desde el Estado y la sociedad, la existencia manifiesta de las dinámicas raciales y clasistas en todos los espacios cotidianos privados y públicos.

    Los tres primeros capítulos buscan situar metodológica, teórica e históricamente al lector. En la intención de la autora por reflexionar sobre los múltiples racismos y las estrategias para su estudio, plantea una propuesta teórico-metodológica que busca dar cuenta de las dinámicas racistas en las prácticas cotidianas, en los discursos públicos y en los discursos ocultos. La autora dialoga con Taguieff (2001), Wieviorka (1992), Todorov (2007) y Balibar (1988), cada uno con una propuesta multidimensional de análisis del racismo que sirve de base para lo planteado por la autora.

    Con base en esta perspectiva, plantea trabajar de forma yuxtapuesta con tres dimensiones generales: la ideológica, la doxa y las prácticas. Asimismo, recurre a Austin (1990) y Judith Butler (2002) para hilar las dimensiones previas con la generación, transformación y reproducción de los discursos, la performatividad y citacionalidad de las ideas y las palabras. Esta propuesta multidimensional es la que brinda un abordaje superior en profundidad y en complejidad de las dinámicas étnico-raciales desde las elites, de sus estrategias de reproducción, distinción, privilegios, poder y legitimaciones.

    Por otro lado, también retoma las reflexiones teóricas sobre las elites y clases sociales de Jorge Alonso (1976) y Pareto (1980), quienes abordan la dialéctica entre las clases sociales y las elites, establecen una composición heterogénea entre, en palabras de Pareto, los conductores y conducidos; ambos profundizan en las dinámicas de las elites y estrategias de equilibrio social, económico y político. La autora va a retomar esta propuesta incluyendo también la variable étnica y el capital simbólico que significa pertenecer a una elite tradicional en Yucatán.

    Posteriormente realiza un recorrido histórico por la antropología y la historia mexicanas, rescatando como hilo conductor el uso del concepto de “raza”. Recorre las posturas decimonónicas de la existencia y clasificación de las “razas”, las referencias darwinistas, biologistas y culturales que resultan en la fundamentación de las políticas y acciones eugenésicas.

    La importancia de este proceso para la lectura es entender cómo fueron evolucionando los criterios científicos y sociales sobre la clasificación y los valores que fueron designados a las diferentes poblaciones de europeos, criollos, mestizos, indígenas y afrodescendientes, de esta forma ahondar en las representaciones y prácticas racistas que fueron construyendo las alteridades en México.

    Un aporte importante de Iturriaga es hacer un recorrido histórico sobre las responsabilidades de las diferentes ciencias, y en especial de identificar a la antropología y la historia como herramientas fundamentales en el establecimiento del orden social, las prácticas evangelizadoras y la difusión de la ideología de una “raza pura”, o una “raza cósmica” en términos de Vasconcelos (1948). La autora escribe: “La antropología, con ayuda de otras ciencias, era un instrumento crucial en el proceso de construcción de la nación ya que el objetivo último era la integración de las culturas indias a la modernidad” (p. 83). Más adelante, en las conclusiones, resalta la deuda de la antropología mexicana en cuanto a romper el enfoque científico y biologista con el que se concibe a los pueblos indígenas.

    Ya desde el capítulo iv hasta el capítulo vii se entra en el foco de la discusión. Se comienza ubicando espacialmente la sociedad meridiana e identifica una distribución geográfica segregada entre las elites tradicionales y los pueblos indios. Son muy interesantes las herramientas metodológicas utilizadas para este mapeo geográfico. Se realizó un análisis de los apellidos del directorio telefónico de Mérida, en el cual afirma que “los de origen maya predominan en los números asignados a las colonias del sur de la ciudad, mientras que los de origen español o extranjero predominan entre los números de las colonias del norte” (p. 138).

    Es importante analizar esta distribución geográfica identificada por la autora, ya que, si se toman en cuenta también las ideologías generadas sobre la distribución mundial, se da cuenta de la conformación del sur, o los sures empobrecidos y subdesarrollados, con el norte o los nortes como potencias económicas y países de primer mundo. Por otro lado, también identifica lugares como espacios claves para la generación y vivencia de los discursos raciales: las escuelas, los clubes recreativos, el compartir fechas de periodos vacacionales, y rasgos diacríticos como la lengua y la vestimenta. Para estos análisis la autora recurre al concepto de hábitus, a fin de comprender las prácticas y condiciones sociales en que las élites tradicionales de Mérida se han construido, entendiendo sus esquemas históricos y grupales acoplados en la cotidianeidad.

    Las escuelas demarcan el tipo de formación y de relaciones sociales generadas por las elites tradicionales; en palabras de la autora, “las escuelas donde asisten los hijos de la elite son muy importantes porque ahí se inicia el tejido de redes, se refuerza el proceso de socialización y se definen las posiciones sociales. Las escuelas dejan claro el grupo de pertenencia” (p. 153). El “¿hijo/hija de quién es?” tiene relevancia para las familias de elite; lo mismo sucede con los clubes recreativos exclusivos para determinadas familias; el apellido cobra relevancia para el acceso a las escuelas y los clubes. Es en estos espacios en los que tanto el capital cultural como el social se instalan de forma preponderante para generar sentido de pertenencia.

    También se resaltan los rituales que son inamovibles por una cuestión de estatus y que corresponden a hitos sociales de las elites, como el baile de las debutantes, los bailes de carnaval, las misiones católicas y “la temporada”. Llama mucho la atención el papel de la mujer en estos espacios de transmisión cultural e ideológica de las elites meridianas; la autora lo menciona en determinados momentos y abre una interesante discusión sobre las mujeres y su papel reproductor de estrategias y perpetuación de dinámicas de segregación, que promueve mantener el círculo cerrado de las elites.

    En ese sentido, el papel de la mujer en estas familias se encuentra conectado con las dinámicas patriarcales que la encasillan en el hogar, la familia y su cuidado. En esas familias, el cuidado no se limita únicamente a la salud o los alimentos, sino que también incluye un cuidado de la posición social que tiene esa familia en las elites, cuidado de las escuelas de elite, los clubes de elite, las alianzas matrimoniales cerradas entre familias de elite e incluso los bares y discotecas a las que sus vástagos pueden acudir.

    Sobre los rasgos diacríticos también surge una interesante ambigüedad; por ejemplo, la relación que mantiene la elite meridiana con sus raíces de la lengua maya, con los aspectos fonéticos como la entonación, el acento, e incluso la incorporación de palabras completas en maya. Se puede afirmar que existe un orgullo de esas raíces mayas y de su forma de hablar “aporreado”; sin embargo, también existe una profunda discriminación de los mayas hablantes, que se evidencia a través del menosprecio de los apellidos mayas, el menosprecio, la subordinación y la explotación a las nanas y enfermeras que en su mayoría son maya-hablantes.

    La autora contrasta también estas dinámicas con los estereotipos y prejuicios según el fenotipo de las personas; para ello realiza un ejercicio de fotointerpretación con jóvenes estudiantes de escuelas en las elites tradicionales de Mérida que consiste en presentar imágenes de personas en diferentes ubicaciones y con diferentes fenotipos, e invitar a las y los estudiantes a recrear la historia de las fotografías, que luego contrasta con la “verdadera” historia que la investigadora tiene sobre los perfiles. El análisis congrega los estereotipos y prejuicios que se desarrollan con base en el fenotipo, la etnicidad y la clase. Se relaciona a los perfiles de tez clara con el éxito, la superioridad, importantes profesiones y posiciones en la sociedad; por su lado, la relación ante los cuerpos de “tez morena” es con vicios como el alcoholismo y la violencia, con la pobreza y la marginación.

    La autora aborda también un amplio trabajo de archivo sobre los medios de comunicación locales en busca de identificar la dimensión ideológica del racismo a través de las representaciones sobre lo maya. Aborda los canales de acceso abierto de la televisión y se enfoca especialmente en dos programas televisivos: Los Pech, una familia de verdad y La cocina es cultura, y por el lado periodístico hace un análisis de los ejemplares del Diario de Yucatán, abordando el uso de las fotografías y el discurso empleado en los editoriales.

    El análisis muestra una profunda contradicción en la relación con el pueblo maya. Por un lado, se socializa una imagen de protección de la cultura ancestral maya; de alguna forma también se les entiende de forma ahistórica a las y los responsables de que la cultura y orígenes mayas perduren a través del tiempo; y, por otro lado, también se resalta el menosprecio, la humillación y las profundas discriminaciones naturalizadas desde los discursos hasta las dinámicas cotidianas. Los discursos van fluctuando entre el orgullo, idealizado y esencialista de los orígenes mayas de la elite yucateca, y el rechazo a los cuerpos indígenas, el rechazo de sus lenguas, apellidos, prácticas culturales y cuerpos racializados.

    A través de esta obra Eugenia Iturriaga da cuenta de la multidimensionalidad del racismo en los discursos y en las prácticas, evidencia cómo la lectura racial sigue siendo un filtro que determina las relaciones sociales, la inclusión y exclusión en determinados espacios, y se establece como un referente para la lectura del fenotipo y las diferencias culturales. Se refuerzan las teorías del poder y su uso por las elites tradicionales para perpetuar y naturalizar estereotipos y estigmas que racializan a los grupos indígenas; se entiende lo complejo que son las relaciones de poder fuera de una clásica relación entre poder y política o gobierno, entendiendo al poder como una relación de fuerzas que se ejercen en todas las relaciones sociales, en todas las sociedades construidas con base en la desigualdad.

    Por otro lado, se entiende también que a pesar de mantener “lo maya” como parte esencial del legado yucateco, se racializan, empobrecen y menosprecian los cuerpos indígenas, indios y mayas. En ese sentido, la autora refuerza que “en México la discriminación hacia los pueblos indígenas es colonial, de subordinación, es una discriminación racial y cultural, aunque muchas veces la discriminación por clases sociales invisibiliza lo racial” (p. 326). El análisis de clase también es abordado de forma profunda a través de historizar la ubicación y el desarrollo de las clases medias y altas en Yucatán.

    Entre los estereotipos y estigmas que se continúan naturalizando en los discursos de las elites yucatecas se encuentran el alcoholismo, la falta de moral y decencia, las conductas violentas y salvajes, la holgazanería y ociosidad. Estos elementos fueron respuestas constantes en las estrategias metodológicas utilizadas por la autora. Del mismo modo, se identificaron los símbolos y códigos que establece la elite yucateca para determinar la pertenencia y el estatus de los sujetos en la sociedad. Entre ellos resaltan de forma definitiva la ubicación geográfica en el estado: necesariamente el norte es el resguardado para las elites, las escuelas de prestigio, los clubes sociales, los rituales de estatus, las misiones católicas y los apellidos españoles.

    Un aspecto fundamental para custodiar que estos códigos se mantengan y perduren a través de las generaciones es el papel de las mujeres de la elite. Las esposas controlan cada aspecto social y simbólico de las generaciones más jóvenes, a fin de mantener el poder, el respeto y las relaciones en los espacios cerrados de elite. Mucho tiene que ver un análisis de género y poder que sin dudas queda como una vertiente abierta para futuros abordajes. También quedan pendientes mayores estudios sobre los pueblos afrodescendientes y asiáticos, que aparentemente no son observados por la elite yucateca.

    Como la autora menciona al final de su obra, “solo conociendo cómo operan las elites se puede entender una sociedad” (p. 334), reforzando lo mencionado al inicio del texto. Es importante también problematizar la forma en que se han guiado las investigaciones sobre el racismo, la racialización y la “raza”, observando únicamente las alteridades, por un lado, y su ligazón con las clases sociales (Jorge Alonso, 1976). En ese sentido, la contribución de la autora abre un importante campo de análisis y de construcción de las relaciones étnico-raciales pensado también desde los grupos que se han mantenido en el poder y que, de forma general, son los principales generadores y perpetuadores de los discursos raciales.

    Referencias bibliográficas

    Alonso, Jorge (1976). La dialéctica clases-elites en México. México: La Casa Chata.

    Austin, John (1920). Cómo hacer cosas con palabras. Barcelona: Paidós.

    Balibar, Étienne (1988). “¿Existe el neorracismo?”, en Immanuel Wallerstein y Étienne Balibar, Raza, nación y clase. Madrid: iepala, pp. 31-48.

    Butler, Judith (2002). Cuerpos que importan: sobre los límites materiales y discursivos del “sexo”. Buenos Aires: Paidós.

    Castellanos, Alicia (2001). “Notas para estudiar el racismo hacia los indios en México”. Papeles de Población 28: 165-179.

    Gall, Olivia (2004). “Identidad, exclusión y racismo: reflexiones teóricas y sobre México”. Revista Mexicana de Sociología 2: 221-259.

    Gómez, José (2002). Estudios sobre el racismo en México: enfoques preexistentes, antecedentes y estado de la investigación. Puebla: buap.

    Lomnitz-Adler, Claudio (1995). Las salidas del laberinto. México: Joaquín Mortiz.

    Pareto, Vilfrido (1980). Forma y equilibrio sociales. Extracto del Tratado de Sociología General. Madrid: Alianza Universidad.

    Taguieff, Pierre-André (2001). “El racismo”. Debate Feminista 12 (24): 3-14.

    Todorov, Tzvetan (2007). Nosotros y los otros. Madrid: Siglo xxi.

    Vasconcelos, José (1948). La raza cósmica. Misión de la raza iberoamericana. Buenos Aires: Espasa Calpe.

    Wieviorka, Michel (1992). El espacio del racismo. Barcelona: Paidós.


    Angie Edell Campos Lazo es candidata a doctora en Ciencias Sociales con mención en Antropología Social por el ciesas-Occidente (México), es magister en Desarrollo Comunitario por la Universidad Estadual do Centro Oeste do Paraná unicentro (Brasil) y licenciada en Trabajo Social por la Universidad Nacional Federico Villarreal (Perú), con más de ocho años de experiencia con juventudes afroperuanas y como miembro del Consejo Directivo de Ashanti Perú-Red Peruana de Jóvenes Afrodescendientes. Su línea de investigación comprende género, interculturalidad y derechos humanos. Entre sus publicaciones se destaca el libro Mujeres Afrodescendientes en el Sur de Brasil: Percepciones bajo las dimensiones de justicia. Correo electrónico: angieedell@gmail.com. orcid: 0000-0002-8488-4610.

    Jorge Rafael Ramírez es candidato a doctor en Ciencias Sociales por la Universidad Autónoma de Nayarit (México), es magister en Política Social por la Universidad Estadual de Londrina (Brasil) y licenciado en Trabajo Social por la Universidad Nacional Federico Villarreal (Perú), con más de diez años de experiencia con juventudes afroperuanas y como miembro del Consejo Directivo de Ashanti Perú – Red Peruana de Jóvenes Afrodescendientes. Ha publicado artículos con énfasis en la participación política de los afrodescendientes y es autor del libro Participação política de jovens afrodescendentes no Peru. Correo electrónico: jorafaelramirez@gmail.com. orcid: 0000-0002-8488-4610

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