El antagonismo de las luchas en defensa de la vida como proceso de re-politización de lo social en América Latina. Un diálogo con Juan Pablo Pérez Sáinz

    Recepción: 27 de febrero de 2019

    Aceptación: 29 de agosto de 2019

    Resumen

    En este texto presento un comentario al ensayo “Las desigualdades y la re-politización de lo social en América Latina” de Juan Pablo Pérez Sáinz. A partir del acercamiento crítico, que el autor propone a los procesos de re-politización de lo social y (des)empoderamiento, provocados por las profundas mutaciones del orden (neo)liberal, hago un ejercicio de diálogo, ampliación y retroalimentación en términos de los conflictos y respuestas colectivas, con anhelos y posibilidades transformadoras en contextos de conflictividad socioambiental. En particular, presento algunos trazos del antagonismo social de las luchas comunitarias en defensa de la vida ante la ofensiva extractivista sobre los territorios y medios de subsistencia.

    Palabras claves: , , , , ,

    Antagonisms in Life-defense Struggles as Processes of Social Re-politicization in Latin America: A Dialogue with Juan Pablo Pérez Sáinz


    My essay presents a commentary on Juan Pablo Pérez Sáinz’s study entitled “Las desiguldades y la re-politicización de lo social en América Latina” (“Inequalities and the Re-Politicization of the Social in Latin America”). Using a critical approach that the author proposes for processes of re-politicizing the social, as well as (dis)empowerment, both brought on by sweeping changes to the (neo)liberal order, I undertake an exercise in dialogue, expansion and feedback with regard to conflicts and collective responses, yearning and transformative possibilities in contexts of socio-environmental conflict. In particular, I present sketches of social antagonism from community struggles that defend life against extractive aggression that attacks territories and means of subsistence.

    Keywords: Re-politicization of the social, (dis)empowerment, social antagonism, life-defense struggles, socio-environmental conflict, extractivism.


    Resulta sumamente interesante la propuesta del autor de presentar un acercamiento crítico y general para comprender los complejos procesos de re-politización de lo social provocados por las diversas políticas y dinámicas del orden (neo)liberal en América Latina. Para lograr tal cometido, propone seguir dos caminos: por un lado, desde las claves del poder y del conflicto (encubierto, latente, abierto), comprender las desigualdades como procesos de (des)empoderamiento, que han ido precarizando las condiciones de existencia de una gran parte de la población. Y por otro lado, rastrear las distintas respuestas de los sectores afectados ante los procesos de desempoderamiento a través de la violencia, la salida que se materializa en la migración, la vía mágica que busca el refugio en la religiosidad y la acción colectiva que puede derivar en la conformación de movimientos sociales.

    En este texto me propongo profundizar en una de las dinámicas de (des)empoderamiento extremo que el autor identifica, a la luz de los procesos de control de los territorios y exclusión de los pequeños propietarios de la globalización. En otros trabajos este fenómeno lo hemos identificado como parte de una ofensiva extractivista (Composto y Navarro, 2014: 48), en el marco del modo de acumulación capitalista que se ha intensificado en las últimas dos décadas y dejado una estela de impactos socioambientales, la mayoría irreversibles, y la emergencia de un álgido proceso de conflictividad protagonizado principalmente por luchas comunitarias, indígenas y campesinas en defensa de la vida.1

    Un punto de partida insoslayable en la comprensión crítica de los conflictos socioambientales es reconocer que el despojo y la violencia son constitutivos de la lógica de la acumulación del capital, es decir,
    no son recuerdos fijados en un pasado remoto y superados en la medida en que la modernidad y sus promesas de abundancia se han alcanzado, no son tampoco una condición excepcional, anómala, accidental o, como señala la economía neoclásica, algún fallo del mercado o del Estado. Por el contrario, el capitalismo históricamente ha respondido a una dinámica de expansión y apropiación constante de la naturaleza humana y no humana para convertirla en valor y garantizar su propia reproducción. Para ello, mediante la violencia, ha generado transformaciones cada vez más radicales en el tejido de la vida (Moore, 2015),2 a partir de la eliminación y desarticulación de formas de vida humana y no humana organizadas en interdependencia, como garantía de la sostenibilidad de la vida en el planeta.3

    Con el neoliberalismo, estas dinámicas de despojo se han radicalizado a través del extractivismo, a partir de subsumir aquellos ámbitos de vida que no están plenamente insertos en la lógica del valor y de separar a los hombres y mujeres de sus medios de existencia,4 a fin de contar con las condiciones necesarias para su explotación. Esta modalidad de acumulación opera desde lo que Santos (2001) denomina “descubrimiento imperial”, en tanto el descubridor, en el marco de una diferencia convertida en relación desigual de poder y saber, impone su capacidad de declarar al otro como descubierto. Y en esa acción de control y sumisión, la inferioridad es crucial para legitimar el carácter sacrificable de los territorios y mundos de vida no plenamente insertos en la lógica del valor. En consonancia con Pérez Saínz, diríamos que en los tiempos que corren, desde las lógicas del poder, las diferencias se siguen procesando en términos de desigualdad vía la inferiorización y asimilación impuesta (Pérez Sáinz, 2014, 2016).

    Sin importar el signo político, en todos los gobiernos de América Latina esta lógica imperial se vuelve operativa a través de lo que en otros trabajos hemos llamado dispositivos expropiatorios, es decir, un amplio abanico de estrategias jurídicas, de cooptación, represión, criminalización, militarización y hasta contrainsurgencia sobre las comunidades y los territorios en disputa, para garantizar a cualquier costo la apertura de nuevos espacios de explotación y mercantilización. En esta ofensiva aparecen actores ligados al capital nacional y transnacional, de la mano de los gobiernos en sus diferentes ámbitos y niveles, en una relación progresivamente más visible, con actores ligados a economías delincuenciales y criminales (Composto y Navarro, 2014: 57).

    Claramente una de las consecuencias del despliegue de este conjunto de estrategias son los procesos de des-empoderamiento, que en mi experiencia he podido entender como procesos de despojo material y político a la vez. El despojo de lo político incluye la desestructuración del tejido social, la erosión y captura de las regulaciones comunitarias de autogobierno y la expropiación de las capacidades políticas de decisión y autodeterminación (Navarro, 2015).

    Un caso que ilustra esta cuestión son los programas sociales focalizados de los gobiernos y acciones de las empresas a través de la llamada Responsabilidad Social Empresarial (rse)5> para contener las demandas sociales locales y generar apoyos y lealtades para sostener el desarrollo de los emprendimientos extractivistas. El sociólogo Claudio Garibay Orozco afirma que, en el caso de las empresas mineras, suele imponerse un régimen autocrático-clientelar, cuya cúspide reside en la administración de la compañía desde donde se reparten beneficios selectivos y se subordinan autoridades locales que a su vez reproducen esta lógica sobre el resto de la comunidad (Garibay, 2010: 175-176). La principal consecuencia de este dispositivo de cooptación y captura es la división social que se produce dentro de las comunidades afectadas y su confrontación, lo que redunda en el ahondamiento de sometimientos y tensiones previamente existentes.

    En otras palabras, la entrada e implementación de megaproyectos comprende un proceso de desestructuración de la comunidad y de las capacidades de determinación autónoma de los productores sobre sus medios de existencia. En términos históricos, vemos que bajo los dictámenes del capital la socialización comunitaria ha sido reemplazada paulatinamente por una de tipo mercantil, en la que el individuo-ciudadano-consumidor se presenta como el prototipo y unidad de funcionamiento de las sociedades modernas. En ello, el Estado ha desempeñado un papel fundamental para garantizar una relación de dominio, mostrándose como una instancia aparentemente ajena y exterior a la sociedad cuyo propósito es cuidar el bien general. Desde esta lógica, la representación como principio que organiza las relaciones de separación entre gobernantes y gobernados, expropia –en nombre de la soberanía– la capacidad de decidir sobre el asunto común.

    A su vez, la lógica de expropiación y despojo político corresponde con un proceso de subjetivación que busca moldear la percepción y el sentido del mundo de las poblaciones que habitan un territorio en disputa, fragmentando el tejido de la vida, cercando la capacidad de imaginar, sentir y hacer la vida bajo formas no dictadas por la hegemonía del capital. De modo que tales procesos de subjetivación están encaminados a normalizar y naturalizar el despojopara, al mismo tiempo, desactivar cualquier insumisión o resistencia.

    Un nivel para lograrlo es el de la producción de hegemonía que, en estos casos, generalmente se logra mediante la difusión de “progreso”, “desarrollo” y “modernización” como valores positivos de una modernidad en marcha. La construcción de los imaginarios desarrollistas en torno a los megaproyectos, cuya “misión” es propagar sus beneficios entre las poblaciones aledañas a su zona de influencia, resulta particularmente efectiva en localidades económica y socialmente relegadas, en las que el Estado no apareció o se ha retirado de su papel benefactor y prevalece una sensación de descobijo (Navarro, 2015: 124). De este modo, la narrativa desarrollista asociada al extractivismo busca generar una expectativa de inclusión social, ocultando las negativas consecuencias de este tipo de perfil productivo.

    Lo cierto es que a pesar de los procesos radicales de despojo y desempoderamiento, coincido plenamente con Pérez Sáinz en que “todo sujeto social, por muy desempoderado que esté, debe afrontar su existencia y lidiar con ella. Esto conlleva a comprender su realidad, interpretarla otorgándole significados y desarrollar herramientas de control de ella a través de la acción. Sin estos tres mecanismos psicosociales básicos no habría acción social” (Pérez Saínz). De esta manera se puede afirmar que nunca es total la expropiación de su agencia, ni tampoco es posible la plena anulación de la capacidad de resistencia de los sujetos afectados.

    Una muestra de los mecanismos psicosociales son las miles de luchas y resistencias, protagonizadas principalmente por comunidades indígenas y campesinas, y segmentos de la población urbana, que en todo América Latina están organizándose para defender sus territorios y, en algunos casos, emprender acciones de reconstitución de la vida comunitaria.

    A raíz de algunas investigaciones (Navarro, 2015; Composto y Navarro, 2014; Linsalata, 2016), hemos visto que la llegada de un proyecto de despojo a alguna comunidad se experimenta como instante de peligro,6 lo cual tiende a detonar la rearticulación de una trama comunitaria en lucha para la defensa de los medios de vida. Esto supone a la vez un proceso de recomposición de los vínculos y lazos sociales que la mayoría de las veces se encuentran debilitados o desgarrados por el histórico despliegue de las relaciones sociales capitalistas, patriarcales y coloniales y la imposición de los códigos de una socialización individualista y mercantil en tales territorialidades.

    Situándonos en la densidad histórica de muchas de estas luchas, la defensa de la vida no puede explicarse solamente como el surgimiento de una nueva sensibilidad política, sino como la actualización de una forma de gestionar lo político para organizar la propia existencia en interdependencia con los otros, colocando en el centro la reproducción de la vida humana y no humana. Esto se expresa en una diversidad de procesos de reconstitución de lo comunitario que van desde el fortalecimiento de las instituciones comunitarias y las formas de autogobierno, la reconstrucción del tejido social, la profundización del vínculo con la tierra a partir, por ejemplo, de la puesta en marcha de proyectos productivos que fortalecen la autonomía material, el reconocimiento y resguardo de la biodiversidad del territorio, el diseño e implementación de reglamentos internos para la protección del territorio, como es el caso de las declaratorias de territorios prohibidos y libres de minería, el trabajo con niños y jóvenes para su inclusión y relevo generacional en las estructuras de gobierno, la recuperación y reafirmación de la ancestralidad y la espiritualidad, hasta las prácticas relacionadas con la impartición de una justicia comunitaria.

    Entre los casos más representativos de esta defensa territorial en México se encuentra la experiencia de la Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias-Policía Comunitaria, que desde 1995 viene impulsando un sistema de seguridad y justicia comunitaria en la Costa Chica y la Montaña de Guerrero para hacer frente a la inseguridad de la región, lidiando en los últimos años con la amenaza de un proyecto de megaminería a cargo de empresas inglesas y canadienses.

    Está también la experiencia del pueblo purhépecha de Cherán en Michoacán, que desde 2011 ha logrado constituirse como municipio regido por usos y costumbres, y ha recuperado y echado a andar un conjunto de disposiciones para la toma de decisiones y organización colectiva, como es el caso del Consejo Mayor, el Consejo Operativo, así como la Ronda Comunitaria para la protección de su territorio, lo que en suma les ha dotado de mayor capacidad para cuidar su bosque y defenderse de los talamontes relacionados con grupos del crimen organizado.

    Y qué decir de las comunidades zapatistas que se han consolidado como un referente fundamental a escala mundial en la construcción de autonomía a partir de intensos procesos comunitarios de autogobierno y gestión de la vida, expresados en los municipios autónomos, los Caracoles y las Juntas de Buen Gobierno zapatistas, así como en numerosos proyectos de salud, trabajo, comunicación, educación, alimentación, abasto, producción e impartición de justicia y defensa del territorio contra los llamados “proyectos de muerte”, como el anunciado Tren Maya en el sureste mexicano.

    Para cerrar, podemos decir que en los procesos de re-politización y conflictividad social de las últimas décadas, sin duda un eje del antagonismo social cada vez más visible y contundente es el de las luchas en defensa de la vida contra todo tipo de políticas y emprendimientos extractivistas. Estas luchas, junto con otros actores del mundo de la academia y del activismo, han ido articulando múltiples conocimientos parciales para componer una crítica del modo de producción y reproducción de nuestras vidas en el capitalismo, haciendo visibles y comprensibles el conjunto de calamidades sobre los territorios y modos de vida que han sido sacrificados en nombre del progreso y el desarrollo. Al mismo tiempo han surgido debates sobre la necesidad de prefigurar escenarios post-extractivistas y transiciones civilizatorias que coloquen la reproducción de la vida en el centro, y no la lógica cada vez más destructiva de la ganancia y de la acumulación del capital.

    Bibliografía

    afp (2017). “El mundo está ya ante la sexta extinción masiva, advierten expertos”, en La Jornada, 12 de julio 2017. Disponible en: http://www.jornada.unam.mx/2017/07/12/ciencias/a02n1cie

    Benjamin, Walter (2007). Sobre el concepto de Historia. Tesis y fragmentos. Buenos Aires: Piedras de Papel.

    Composto, Claudia y Mina Lorena Navarro (comp.) (2014). Territorios en disputa: despojo capitalista, luchas en defensa de los bienes comunes naturales y alternativas emancipatorias para América Latina. México: Bajo Tierra.

    De Angelis, Massimo (2012). “Marx y la acumulación primitiva: el carácter continuo de los ‘cercamientos’ capitalistas”, en Theomai, núm. 26, julio-diciembre.

    Garibay, Claudio (2010). “Paisajes de acumulación minera por desposesión campesina en México actual”, en Gian Carlo Delgado Ramos (coord.), Ecología política de la minería en América Latina. Aspectos socioeconómicos, legales y ambientales de la mega minería. México: ceiich/unam.

    Linsalata, Lucía (coord.) (2016). Lo comunitario-popular en México: desafíos, tensiones y posibilidades. Puebla: Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades Alfonso Vélez Pliego – Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.

    Moore, Jason (2015). Capitalism in the web of life. Ecology and accumulation of capital. Nueva York: Verso.

    Navarro, Mina Lorena (2015). Luchas por lo común. Antagonismo social contra el despojo capitalista de los bienes naturales en México. Puebla: buap/Bajo Tierra Ediciones.

    Pérez Sáinz, Juan Pablo (2014). Mercados y bárbaros. La persistencia de las desigualdades de excedente en América Latina. San José: flacso.

    ____________________ (2016). Una historia de la desigualdad en América Latina. La barbarie de los mercados, desde el siglo XIX hasta hoy. Buenos Aires: Siglo xxi.

    Santos, Boaventura de Sousa (2001). “El fin de los descubrimientos imperiales”, en Chiapas, núm. 11. México: Era / Instituto de Investigaciones Económicas unam, pp. 17-28. Disponible en: http://revistachiapas.org/No11/ch11desousa.html

    Wedekind, Jonah y Felipe Milanez (2017). “Entrevista a Jason Moore: Del Capitaloceno a una nueva política ontológica”, en Ecología Política. Cuadernos de debate internacional, núm. 53, pp. 108-110. Disponible en:  http://www.ecologiapolitica.info/?p=9795.

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